Guerra dubitativa

06/Abr/2011

La República, Egon Friedler

Guerra dubitativa

6-4-2011
OPINION INTERNACIONAL En su editorial de la edición del 26 de marzo, la prestigiosa revista británica “The Economist” formula las siguientes preguntas sobre las eventuales consecuencias de la intervención occidental en Libia: ¿qué pasará si Kaddafi sigue en el poder a pesar de todos los bombardeos? ¿Cuál será la situación si Libia es dividida? ¿Qué pasará si la coalición se deshace, desmoralizada por las imágenes de mujeres y niños muertos en un mercado de Trípoli en la televisión? ¿Qué pasará si los libios contrarios a Kaddafi a los que el mundo protege, resultan ser simpatizantes de Al Qaeda? ¿Qué va a pasar si los enemigos de Kaddafi resultan ser asesinos no menos inescrupulosos que el coronel y sus esbirros?
Egon Friedler
“The Economist” cita la respuesta de los escépticos contrarios a la intervención : “No es cosa nuestra. Los libios deberán resignarse a Kaddafi o decidirse a matarlo”. Por supuesto, la revista británica no acepta este punto de vista. A su juicio tanto el peligro de un genocidio de grandes proporciones como las eventuales repercusiones negativas para las aspiraciones democráticas en el mundo árabe, justifican, pese a todas las dudas, la intervención occidental.
Pero cabe preguntarse: ¿qué hubiera pasado si Occidente hubiera optado por una política de no intervención con la excusa formal de que se trata de un asunto interno libio? Nadie duda, dadas las muy claras amenazas del hijo del dictador, Saif el Islam, de que se hubiera producido una masacre de proporciones épicas. Nadie duda tampoco de que los que ahora condenan los bombardeos occidentales serían los primeros en alzar la voz contra la inacción ante el crimen, a la que calificarían de virtual complicidad en el horror. Y como siempre en estos casos, las invectivas serían más enérgicas contra los cómplices que contra los perpetradores. Pero lo que importa en definitiva no es lo que van a decir los jueces del Olimpo internacional que siempre están convencidos de tener razón cuando reclaman dar carta blanca a dictadores sanguinarios. Lo que importa es lo que está en juego. Es mucho más que el destino de Libia. Si Kaddafi sobrevive políticamente y sigue en el poder, será una señal inequívoca para todos los dictadores y monarcas absolutos en el mundo árabe. La crueldad paga. Hay que reprimir sin escrúpulos. El resto del mundo pondrá el grito en el cielo pero no tendrá agallas para intervenir de manera realmente efectiva.
Por ello, la única opción seria para el avance de la libertad en el mundo árabe es la derrota inequívoca de Kaddafi y su régimen. Pero lamentablemente la semi-guerra o guerra dubitativa de bombardeos quirúrgicos desde el aire no tiene la menor chance de alcanzar este objetivo.
En el momento de escribir estas líneas las noticias que llegan desde los campos de batalla de Libia son malas. Las tropas de Kaddafi están avanzando y los rebeldes, peor armados y peor entrenados, están retrocediendo. Para complicar aún más las cosas, hay una áspera disputa por el mando en el bando rebelde. Según lo informa el diario “Los Angeles Times” del 1 de abril: dos ex militares de Kaddafi se disputan la dirección de las operaciones, Abdul Fatah Yunis y Khalifa Hefter.
Algunos analistas empiezan a cuestionar con una dura y clarísima lógica las limitaciones y el alcance de la intervención occidental. Amir Taheri critica en el diario árabe de Londres “Asharq Alawsat”(1.4.2011) al presidente Obama por declarar que los Estados Unidos no buscan un cambio de régimen en Libia. En ese caso ¿por qué el presidente habló de la necesidad de poner fin al régimen de Kaddafi? .
Según el experimentado periodista iraní, “ahora que los Estados Unidos se han involucrado no pueden desentenderse de las operaciones militares sin perder credibilidad. La confusión que reina en la administración Obama coloca a los Estados Unidos en una situación perdedora en cualquier caso. Si las cosas van bien, Kaddafi se verá forzado a abandonar el poder. En ese caso, el mérito irá para Francia e Inglaterra que mantuvieron una actitud firme. En el peor de los casos, Kaddafi sobrevive políticamente y retiene el poder o al menos el control sobre parte del territorio libio. Si se produce esa situación, el dedo acusador estará dirigido contra el dubitativo gobernante norteamericano y Kaddafi proclamará la victoria.
No menos crítico es Simon Jenkins en el diario británico “The Guardian” (31.3.2011) quien sostiene que al dar un tibio apoyo a la parte más débil, Occidente sólo contribuye a prolongar la guerra civil libia. En su enjuiciamiento a la política británica concluye: “El problema con el intervencionismo liberal es que carece del coraje de sus convicciones neo-imperialistas. Pretende saber qué es lo mejor para el mundo y está dispuesto a lanzar bombas con este fin. Pero en el momento de las decisiones serias se echa para atrás. Entonces tira algunas bombas en el camino a Benghazi, lanza algún proyectil contra el complejo de Kaddafi y dispara algunos cohetes contra Sirte para reforzar la decaída moral de los rebeldes. Nos hace sentir bien. Si eso es liberalismo, yo renuncio a él”.
Amir Taheri lo define todavía mejor: “Es una imprudencia lanzarse a una guerra sin la clara intención de ganarla”.